13 oct 2015

Podemos frente al decrecimiento

Hola compañer@s, es para mi un honor compartir con vosotr@s un artículo que me encargaron escribir sobre el decrecimiento y la postura al respecto de Podemos. En dicho artículo acentúo la postura de Podemos, ya que el libro titulado “Hasta luego, Pablo” -coordinado por Estela Mateo- pretende ser una crítica integral al proyecto de dicha formación política. No obstante, esta crítica es extrapolable perfectamente al resto de formaciones políticas que aspiran a ocupar cargos de responsabilidad en las instituciones del Estado, y en general, a la sociedad de consumo de la que formamos parte.

Me ha parecido oportuno compartirlo en mi blog ya que son fechas en las que presuntamente se están preparando los programas electorales, aunque mucho me temo que poca influencia va a tener en ellos, me conformo con que unas cuantas personas cercanas a diferentes proyectos políticos reflexionen sobre este asunto. 






Podemos frente al decrecimiento

El colapso

Nos encontramos en un momento histórico sin precedentes. La revolución industrial y la expansión de la industria provocada por un acceso barato al petróleo y otros recursos llegan a su fin. Los científicos calculan que hemos consumido alrededor de la mitad de las reservas mundiales de petróleo; no obstante el verdadero problema no es que se vayan a agotar de un día para otro, sino que el coste energético de la extracción aumenta, hasta el punto de que la relación entre la energía que se produce y la que se consume para producirla -lo que los expertos denominan Tasa de Retorno Energético (TRE)- está bajando de forma alarmante y no está tan lejos el día en que se llegará a consumir más energía de la que se produce. Esto sucede con la mayor parte de los recursos, que cada vez son más escasos, y extraerlos y procesarlos se convierte paulatinamente en una tarea más costosa económica y energéticamente. Las consecuencias son obvias: en Septiembre de 2014, uno de los grupos inversores más conocidos como los “padres” de la industria petrolífera, los Rockefeller, abandonaron sus inversiones en esta industria para llevarse el capital al mercado de las energías renovables. Y esta maniobra no se debió a que de la noche a la mañana se despertaran con conciencia ecológica, sino que simplemente pensaron en la rentabilidad. Estos oligarcas saben que el petróleo barato tiene los días contados, que la producción cada vez requiere de mayor inversión para obtener cada vez menos beneficios, y son conscientes de que el próximo nicho de mercado son las energías renovables. Conviene decir que las energías renovables no son todo lo milagrosas que se nos dice. Los materiales, la fabricación, el transporte y la instalación de estas energías requiere de unos costes energéticos y de ciertos recursos finitos que son muy importantes. Por eso es importante que ante la escasez cada vez mayor de estos recursos, aceleremos la implementación de las renovables, antes de que los costes se disparen más y provoquen que la conversión sea inviable, y un desastre económico.
Si todos los habitantes del planeta vivieran como lo hacemos los europeos necesitaríamos tener a nuestra disposición los recursos de casi cuatro planetas como este. Nuestra huella ecológica recae sobre las espaldas de las próximas generaciones, y también -ahora y antes- sobre los habitantes de los países del Sur; algo paradójico teniendo en cuenta la riqueza de recursos naturales que tienen bajo sus pies, que desde el Norte estamos expoliando sistemáticamente, exportando impactos ambientales y destruyendo la naturaleza más allá de nuestras fronteras, para mantener el sistema productivo y de consumo actual.
En el Estado español, el 25% de la población vive bajo el umbral de la pobreza y el 40% tiene problemas para llegar a fin de mes. Al mismo tiempo ocupamos el puesto número 6 en uso de agua, el 16 en uso de materiales, el 21 en uso de suelo y el 24 en emisiones de carbono a la atmósfera. Estos datos ponen sobre la mesa una precarización de la sociedad mayúscula y creciente, frente a un sistema productivo pésimo, que sólo favorece a las grandes empresas, las principales beneficiarias de esta crisis. Es necesario un reparto de las riquezas, un cambio de las reglas del juego en favor de la mayoría social, un cambio integral del modelo productivo, plantearnos que no necesitamos tantas mercancías, acercar la producción y el consumo al ámbito local, democratizar la economía, y reducir drásticamente nuestro impacto medioambiental y el consumo de recursos.
El objetivo actual de cualquier gobernante o aspirante a gobernar es que el Producto Interior Bruto (PIB) de su país crezca un 2% al año para garantizar -dicen- el bienestar. Parecen olvidar que esa tasa de crecimiento implicaría duplicar el PIB en 35 años, con el consiguiente aumento en el consumo de recursos naturales, energía y contaminación.
Uno de los graves problemas que hay que resolver es el modelo alimentario industrial, en el que gran parte de nuestros alimentos recorren miles de kilómetros hasta llegar a nuestra despensa. Además producimos alimentos para 12.000 millones de personas, somos 7.400 millones, y sin embargo 1.200 millones de personas pasan hambre, de las cuales el 75% es población campesina, y a su vez el 75% son mujeres y niñas. El 60% de la producción de cereales se destina a la alimentación de la ganadería industrial, y recorre 12.000 Km. de media hasta las granjas europeas o norteamericanas. Otra buena parte de los monocultivos son destinados a agrocombustibles y el 25% de la pesca para la acuicultura.
El sistema monetario es uno de los grandes engaños en los que estamos inmersos. Cada euro, dólar u otras monedas que ingresamos en un banco, sirve para que éstos puedan multiplicar por diez la cantidad de dinero ingresado, para a su vez prestárselo a un tercero, con la única garantía de la confianza en que este dinero será devuelto con un interés añadido. El problema es que hay una parte de esa deuda que nunca se va a poder devolver, ya que ese dinero no está respaldado por nada, no tiene ningún valor intrínseco y es por tanto una estafa que ahora mucha gente está empezando a comprender. Debemos prestar atención a esta cuestión, ya que la deuda perpetua es lo que provoca el crecimiento perpetuo de forma desmedida: a mayor capacidad de endeudamiento, mayor capacidad de consumo de recursos naturales y por tanto, mayor aceleración de los problemas que nos aproximan al colapso. La mayor parte de los políticos y economistas nos hablan de un crecimiento que se recupera, un crédito que fluye y un aumento del consumo como algo positivo. En realidad habría que leer entre líneas: “¿ven ustedes ese precipicio? Pues aceleremos para llegar antes a él”.
La idea de que el trabajo asalariado libera a las personas y les ofrece autonomía económica es un relato construido por el sistema capitalista que actualmente es, cuando menos, cuestionable. La alienación de muchos trabajos, la sumisión que arrastran las jerarquías, la cantidad de horas de trabajo en detrimento de la vida social y de la autogestión, y por tanto de la emancipación y liberación, han convertido al trabajo asalariado en un modelo que muchas personas llamamos “esclavitud asalariada”. La aceptación de estas reglas del juego viene motivada por el elemento que resulta ser el denominador común de nuestra sociedad: el consumo. Si a día de hoy nos podemos imaginar una revolución social que saque a la calle a millones de personas bajo un problema común, este sería la limitación del consumo por la carestía de las mercancías que aparecerá ante la escasez de recursos naturales.
En un escenario de recursos limitados, el crecimiento asienta sus cimientos sobre las desigualdades. Siete de cada diez personas pobres en el mundo son mujeres. La economista experta en cooperación y desarrollo, Bibiana Medialdea, decía en la charla organizada por la Coordinadora de ONGDs de Euskadi “Críticas y alternativas feministas a un modelo agotado” en Mayo de 2014:

“Ahora inmersos en esta crisis, podemos caer en la tentación de pensar que el sistema funcionaba bien antes de esta crisis financiera. Por eso es conveniente recordar algunos datos del barómetro social para 1999-2007, en el estado español, periodo de auge de nuestra economía, y donde el salario en términos reales, es decir la capacidad adquisitiva promedio de los trabajadores y las trabajadoras creció un 1%, el subsidio de desempleo un 4%, los beneficios empresariales un 60%, el valor de los activos financieros un 75%, y el patrimonio inmobiliario un 125%. En aquellos buenos tiempos, se dieron desde un 1% hasta un 125% de diferencia en el crecimiento. La desigualdad, enemigo número uno del desarrollo, es endémica y un rasgo de nuestro modelo económico. Por eso los problemas que la crisis saca a la luz debemos interpretarlos como síntoma, y no como único problema, ya que es el modelo en sí quien está agotado. Nos encontramos ante un modelo que tiene límites evidentes y no ante un modelo con ciertos problemas.
Otro aspecto que pasa más desapercibido ahora con la crisis, es que están perdiendo importancia, desde el punto de vista analítico y político, los impactos específicos de la crisis sobre los colectivos económicamente más vulnerables. En sociedades desarrolladas, incluso, los niveles de renta, accesos a derechos, a recursos, etc., están determinados aún por el sexo de las personas. Existe una discriminación sistemática que afecta al 50% de la población. Si ignoramos esta discriminación fundamental, obviando esta fractura de género, es imposible hacer un diagnóstico de los problemas que tenemos y concebir y formular alternativas que vayan a resolver estos problemas económicos. Para tener ese diagnóstico debemos adoptar la perspectiva feminista, entender qué nos está pasando y ser capaces de pensar cómo podemos organizarnos de otra manera.”

La ideología del crecimiento económico

El relato predominante de nuestra sociedad es el que nos cuenta que nuestro modelo de vida se encuentra en un estatus superior y describe la historia de la humanidad como una secuencia que avanza del salvajismo a la civilización, y por lo tanto al progreso. Estamos convencidos de este relato etnocéntrico, en el cual nos vemos como “la civilización por excelencia”. Este es el increíble argumento para expoliar los recursos de los países “no civilizados”, por medio del neo-colonialismo y la globalización económica capitalista, mientras en esta sociedad de la opulencia, la precariedad crece exponencialmente.
El colapso de una civilización fundamentada en el crecimiento y en la destrucción de la biosfera es la preocupante realidad de nuestra existencia. Nada se menciona de esto en los grandes medios de comunicación, esos que viven de la publicidad de grandes empresas que buscan aumentar el consumo de sus mercancías. Es como si estuviéramos viviendo dentro de El Show de Truman, esa película en la que Jim Carrey vivía toda su vida dentro de un plató de televisión gigante sin saberlo, llevando una vida que le sirvieron en bandeja desde pequeño. Hoy parece que muchas personas hemos descubierto que estamos en un plató y queremos salir de él, no para dirigir la película, sino para vivir la vida.
Las personas que vivimos en la ciudad recibimos cerca de tres mil impactos publicitarios diarios, lo que al año es cerca de un millón. Esto refleja que vivimos en la sociedad del consumo, de las marcas, los patrocinios, los logotipos, los escaparates llenos de ofertas, rebajas y recontrarrebajas, descuentos por doquier, carteles publicitarios en el espacio público, estaciones y líneas de metro que cambian su nombre por el de una multinacional, autobuses, trenes, tranvías, metros y taxis cubiertos de publicidad en movimiento. Vemos la televisión 240 minutos al día, durante los cuales visualizamos 90 anuncios publicitarios. Internet también es un espacio plagado de publicidad constante, en las redes sociales, los buscadores, las plataformas multimedia y de ocio, todo está sometido a la publicidad y a la mercantilización.
En este escenario, resulta complicado combatir el discurso del crecimiento como única posibilidad: el principal objetivo que percibimos es el del consumo, y para poder mantener el ritmo de consumo o incluso consumir mercancías fuera de nuestro alcance, necesitamos crecer hasta el infinito. El consumo es proyectado como paradigma del bienestar. El capitalismo no está solamente representado por las grandes multinacionales; el capitalismo es cognitivo, lo llevamos dentro de nuestras mentes, en la cotidianidad de nuestra vida diaria recibimos un auténtico bombardeo de mensajes que se instalan en el imaginario colectivo. En las tertulias políticas invitan a tertulianos, políticos, periodistas, abogados y economistas, todos ellos de posiciones políticas aparentemente diferentes, pero todos están de acuerdo en lo esencial: el crecimiento económico, el aumento del consumo, y por tanto del Producto Interior Bruto son la meta a perseguir, son la fuente del bienestar y del progreso; nadie lo discute, ya puede hablar alguien de izquierdas, de derechas, o de extremo centro, en esto coinciden siempre. ¿Por qué los medios de comunicación no dan espacio al discurso del decrecimiento? Es sencillo: la televisión y en general, los medios de comunicación, viven de la publicidad; publicidad de empresas que nos tratan de vender sus mercancías. Por tanto, que alguien hable de decrecimiento en los medios de comunicación del sistema es contraproducente para los intereses de las marcas que financian estos medios.
La inmensa mayoría de los políticos también tienen este discurso sobre el crecimiento, defienden una visión tremendamente cortoplacista ya que su objetivo primordial es ganar las próximas elecciones, y parece mucho más fácil hacerlo sin llevar la contraria al dogma productivista, necesario para que el sistema capitalista siga su rumbo. Y este es esencialmente el problema, no podemos seguir creciendo porque no tenemos recursos para poder hacerlo. Ya no es una reclamación exclusivamente ecologista, es una cuestión de límites físicos del planeta. Debemos volcar nuestros esfuerzos en tumbar el discurso predominante del crecimiento en nuestro entorno, en los medios de comunicación, en las organizaciones y movimientos políticos y sociales, haciendo ver que otra forma de vivir es posible, que el decrecimiento no es ninguna amenaza al bienestar, muy al contrario, es la garantía del bienestar y de la supervivencia si queremos que las próximas generaciones y buena parte de la humanidad hoy puedan subsistir en este planeta. Estamos en un punto en el que el capitalismo se va desvaneciendo como "promesa" de progreso en nuestra sociedad, por eso es momento de construir realidades paralelas para, paulatinamente y sin descanso, establecer un orden totalmente distinto.

¿Qué es eso del decrecimiento?

El término “decrecimiento” es interpretado por muchas personas pertenecientes a diferentes posturas ideológicas como una enmienda a la totalidad y el destierro del término “crecimiento”. Conviene aclarar que las personas que defendemos la postura del decrecimiento, defendemos decrecer en el consumo de recursos naturales finitos y en las actividades que perjudican a la biosfera y, en definitiva, a todos los seres vivos. Sin embargo, defendemos el crecimiento en muchos otros aspectos como el cultural y las labores de cuidado de las personas y la biosfera. También creemos que es necesario un crecimiento ético, de la conciencia, del apoyo mutuo, de la soberanía alimentaria, del consumo de productos ecológicos y biológicos, y de toda actividad que no incida en el consumo de recursos finitos y en dañar el medio natural, que nos pueda aportar una vida mejor para todos los seres que cohabitamos este planeta.
Hay sociedades -como las de muchos países africanos- que no tienen que decrecer, deben crecer hasta recuperar la dignidad que nuestro crecimiento les robó, sin imitar nuestro modelo devastador y sabiendo administrar bien los recursos a su alcance. La “Europa ilustrada” suele combatir el discurso del decrecimiento señalándolo como “el que nos quiere situar en la pobreza de los de ahí abajo”, en una visión clasista y eurocéntrica bastante despreciable, dado que la pobreza del Sur no es más que la consecuencia de la opulencia del Norte.
Muchas de las recetas propuestas ante la crisis climática y energética se basan en implementar las energías renovables en sustitución de los modelos predominantes de producción eléctrica más contaminantes y que precisan de más recursos finitos. Es importante señalar que el consumo eléctrico global supone el 15% del total de la energía que consumimos, con lo que si cambiamos el 100% de la producción eléctrica por las renovables, estaríamos solucionando el 15% del problema energético. El mayor reto y más difícil es la dependencia de los combustibles fósiles utilizados para la agricultura industrial y sus pesticidas, el transporte, la construcción y la industria petroquímica (plásticos) son las que acumulan la mayor parte del consumo energético.
El decrecimiento por tanto, propone un cambio integral del sistema, en el que el consumo pase a ser el necesario para el sostenimiento de la vida, y no un elemento creador de felicidad y bienestar. Es un llamamiento a buscar el buen vivir mediante el apoyo mutuo, los cuidados, el consumo y producción local, la autogestión y la reconfiguración del ámbito laboral, repartiendo los trabajos en igualdad, reduciendo las horas dedicadas a la producción, en favor de los trabajos para recuperar la vida social, y el cuidado de los seres vivos.
Según el último informe de la Organización Internacional del Trabajo, en el último lustro, en el Estado español se ha aumentado un 8% la producción, al tiempo que se ha perdido un 6% en salarios. Esto alude a otro problema: el reparto de la riqueza, algo absolutamente necesario, ya que las veinte personas con mayor capital en España poseen el mismo capital que los nueve millones más pobres. Llevando a cabo un reparto justo de la riqueza, y sustituyendo el objetivo de crecer por el del buen vivir, el crecimiento económico perdería sentido, al estar satisfechas las necesidades al margen del consumo y del endeudamiento.
Rescato unas palabras de una entrevista a Yayo Herrero, antropóloga, educadora social, ingeniera técnica agrícola y activista desde la ecología social, para el libro -cuya lectura recomiendo- 'Euskal Herria. Decrecimiento y Buen Vivir. Alternativas al modelo actual' (Sua 2014, Mugarik Gabe):
“Nosotros hablamos del decrecimiento de la esfera material de la economía porque nuestras sociedades van a tener que aprender a vivir con menos materiales y energía, con menos cobre, menos platino, menos litio, menos petróleo... Si a esto le sumamos el calentamiento global, que básicamente significa un cambio en las reglas que organizan lo vivo, te encuentras en un momento en que ese decrecimiento es una obligación”.
“Si sabemos que estamos en un planeta con recursos naturales finitos, que tiene una cantidad predeterminada y escasa de estos recursos, su regeneración no es tan veloz como nuestra capacidad de extracción y consumo, deberíamos plantearnos seriamente qué producir, para quién, cuánto y cómo.”

¿Hacemos lo que Podemos?

“El problema no es que la pequeña y mediana empresa no pueda pagar los costes laborales de sus trabajadores, el problema es que la gente no consume”. Una frase que Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, ha repetido en muchas de sus intervenciones en los medios de comunicación aludiendo a Keynes.

“¿Vosotros creéis que Podemos puede presentarse a unas elecciones planteando el decrecimiento cuando los demás van a ofrecer lo contrario? Nosotros creemos que no”. Juan Carlos Monedero, portavoz y fundador de Podemos, durante las jornadas “El reto del empleo en tiempos de crisis – Trabajo, empleo y límites del planeta”, Noviembre de 2014.

El modelo económico de Podemos tiene claras referencias al keynesianismo. Vicenç Navarro y Juan Torres, académicos reconocidos internacionalmente, no esconden su apuesta por ese modelo, que en su día tuvo su validez para salvarle la cara al sistema capitalista. El keynesianismo consiste en incrementar considerablemente la inversión pública para aumentar la demanda agregada, esto es, el consumo de las familias y las pequeñas y medianas empresas, de cara a crear empleos, aumentar el poder adquisitivo de las personas y que la rueda del consumo y del crecimiento siga girando de forma perpetua. Vicenç Navarro en varios artículos ha mostrado su oposición frontal al decrecimiento y en una intervención en La Tuerka (programa de PúblicoTV) sobre el decrecimiento, aseveró: “los que están proponiendo el decrecimiento son unos reaccionarios”.
Vicenç Navarro asegura que los que defendemos el decrecimiento olvidamos que hay diferentes tipos de crecimiento, y pone el ejemplo de que podemos crecer en la fabricación de vehículos eléctricos en detrimento de los vehículos que utilizan combustibles fósiles, y que ese tipo de crecimiento es recomendable. Parece ser que olvida ciertas cosas, como que el litio disponible da para fabricar sólo un millón de estos vehículos al año a nivel mundial (frente a los mil millones de coches que ya hay en el planeta), y que las reservas de ese material son limitadas, por no hablar del consumo de materias primas y energía que requiere la industria del automóvil particular, independientemente del combustible que estos utilicen para circular. La respuesta del decrecimiento a ese modelo de crecimiento propuesto por Navarro es el crecimiento -aquí sí- de los medios de transporte colectivos, al mismo tiempo fomentando la economía local y reduciendo la necesidad de movilidad a largas distancias en la vida cotidiana de las personas y en los transportes de mercancías.
Pablo Iglesias ha repetido en multitud de ocasiones: “de la crisis se sale con políticas económicas expansivas, aumentando la demanda agregada”. Esas políticas expansivas enmarcadas en el panorama del colapso de los recursos naturales, recaerían sobre los países del Sur y sobre las próximas generaciones. La economía basada en el consumo ha de terminar además, porque es físicamente imposible mantenerla a pocos años vista, lo que deberíamos de discutir es cómo sustituimos el modelo.
Llama la atención cómo Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Alberto Garzón y otras figuras públicas que defienden una postura a favor del crecimiento económico, firman públicamente el  “Manifiesto Última Llamada” que aboga exactamente por lo contrario. Este manifiesto pretendía ser una llamada de atención a la sociedad, para advertir de que estamos en una situación límite en la que la escasez de los recursos y los problemas ecológicos se están multiplicando exponencialmente, y que tenemos la responsabilidad de cambiar todo el modelo capitalista que provoca esta situación. Si no se trata de salir en la foto, que no lo hagan de perfil y de puntillas, y que se mojen.
El que una organización política se haga llamar “Podemos”, podría dar a entender que podemos cambiarlo todo, pero parece que pretende ser “hacemos lo que Podemos”, dando por hecho que muchas cosas esenciales no pueden cambiarse. Podemos, no es el 15M, ni pretende serlo, y en ese camino hacia el éxito electoral, se han olvidado de las reclamaciones de los movimientos sociales implicados en el cambio de la sociedad desde abajo. A cambio ha conquistado al gran público que sigue sus intervenciones televisivas, y a otras muchas personas que de buena fe creen que es su última esperanza. Es ahí donde Podemos ha ganado, ha creado expectativas, esperanza en mucha gente, veremos en qué se convierte bajo la lógica de la búsqueda de las mayorías sociales. Creo que son conscientes de la escasez de recursos naturales y el problema ecológico y social al que nos enfrentamos, aunque no sé hasta qué punto, porque por encima de esto, impera en ellos la lógica de la conquista del poder, y creo que ven el problema como lo ven muchos dirigentes políticos de otros países que acuden a cumbres internacionales sobre el clima: buenas palabras que nunca acaban de materializar en sus políticas de gobierno.
Ellos tienen mucha capacidad de convocatoria en los medios de comunicación, tienen ese poder de divulgar ideas rupturistas, que modifiquen el debate establecido. De hecho, han introducido en el debate asuntos de interés de los que ningún partido hablaba, como la renta básica universal o la auditoría de la deuda; es arriesgado tratar estos temas, pero a la vez es necesario poner encima de la mesa este otro debate, que es de vital importancia para cambiar las reglas del juego. Por eso creo que el decrecimiento es una de las asignaturas pendientes más importantes en el discurso de Podemos, ya que es la mayor garantía de progreso social, cultural, laboral, del cuidado de la naturaleza y de nuestras vidas. Muy al contrario, el crecimiento nos aboca a la escasez, a la alienación, a la desigualdad, a la precariedad laboral y a la destrucción de la biosfera.
Promover el decrecimiento obliga a apostar por la economía local, las monedas sociales con carácter ético, la soberanía alimentaria, los espacios de autogestión, abandonar el productivismo y el extractivismo, y es antagónico al proyecto que propone Podemos, en el que el Estado es el principal garante del bienestar, y en el que se asume el discurso del crecimiento como fuente de bienestar y progreso, para conseguir el apoyo electoral. Creo que cometen un error muy grave al adoptar como propia la postura del crecimiento y por tanto del capitalismo. El keynesianismo es pan para hoy, hambre para mañana, y lo que es peor, ya es hambre hoy para una parte importante de la humanidad y para la naturaleza. Hoy deberíamos hablar de dos posturas antagónicas: una es el productivismo, defendido por los neoliberales en forma de darwinismo social y por los socialdemócratas en forma de reparto de los beneficios dentro del marco de las democracias liberales capitalistas, y por otro lado, la postura de la reconciliación con la naturaleza y con el buen vivir defendida desde el “ecologismo libertario”, de los que hay muchos ejemplos que no necesariamente se reconocerán todos con esta etiqueta.
Es necesario disputar la hegemonía cultural en lugar de la electoral, necesitamos una sociedad consciente del problema al que nos enfrentamos, y que en los próximos años vamos a padecer como no tomemos el camino adecuado para que nuestra existencia sea posible en igualdad y sostenibilidad. Se acercan tiempos difíciles, debemos ser osadas y no esconder la realidad; no se trata de que seamos catastrofistas y nos encerremos en el discurso de que no hay nada que hacer, ya que eso nos conduce al inmovilismo y al fracaso; se trata de irrumpir con un discurso optimista que muestre que existen alternativas que nos pueden llevar a vivir mejor con menos, al tiempo que se hace un llamamiento a la responsabilidad colectiva como habitantes de un lugar común que debemos conservar para poder seguir viviendo en él.
Las leyes de la física y la escasez nos obligan a decrecer y a cambiar el sistema económico, laboral, social y cultural, y para ello necesitamos desear el cambio, antes de que el cambio nos atropelle.
Antonio Turiel, físico del CSIC, experto en el peak oil y autor del blog “The Oil Crash” (crashoil.blogspot.com) dice en un artículo titulado 'Lo que no podemos':
“Los decrecentistas, en realidad, tienen que entender que hay que seguir haciendo pedagogía con la sociedad. Hay que seguir explicando que el ecosistema planetario está gravemente enfermo, y que esta frase no es un lugar común sino un hecho constatado y doloroso; hay que seguir diciendo que esta crisis no va a acabar nunca y explicar el porqué; hay que decir en voz cada vez más alta que ni el fracking ni las renovables ni ninguna otra tecnología-milagro van a resolver nuestros problemas; hay que advertir que a pesar de los sueños de recuperación estamos a las puertas de una gran recesión que puede traer consecuencias peligrosas e imprevisibles; hay que gritar, a pleno pulmón, la verdad a la cara. Sólo cuando sepamos podremos comprender mejor lo que sucede, cambiando también lo que somos. Sólo cuando cambiemos lo que somos cambiaremos lo que podemos. Y sólo entonces podremos.”

La socialdemocracia es el salvoconducto del sistema totalitario mercantil. Decir que se puede "salir de la crisis", "acabar con la corrupción" o "recuperar el crecimiento económico" -mediante dinero deuda o devaluación, y explotación de recursos finitos-, es asumir que este sistema tiene remedio -eso a lo que los socialdemócratas llaman "realismo"-, frente a las personas que nos oponemos a esta aceptación servil del orden establecido. El neoliberalismo y la socialdemocracia son las dos caras de la misma moneda: cuando una de las dos caras se desgasta, aparece la otra como solución única a nuestros problemas. El Estado y la delegación del poder en unas minorías que se erigen como los "sabios gestores" o como los "gestores honrados y generosos", nos impiden avanzar por el camino de la democracia directa, la autogestión, la emancipación y del cuidado de la naturaleza y la vida.

El decrecimiento y la autogestión para el buen vivir

“Cualquier contestación al capitalismo tiene que ser decrecentista, autogestionaria, antipatrialcal e internacionalista”. Carlos Taibo, escritor y profesor de política en la UAM.

Es necesario que construyamos un modelo paralelo a este sistema de consumo, en el cual primen el apoyo mutuo y la autogestión y que nos libere de la dependencia del sistema en temas primordiales como la energía, el agua y la soberanía alimentaria.
Tenemos mucho que desaprender y comenzar a construir realidades que aumenten nuestro bienestar y el de todos los seres vivos con los que compartimos este lugar. El decrecimiento como fórmula de aumento del bienestar nos invita a trabajar menos horas de forma asalariada, y en cambio, a aumentar el número de horas que dedicamos a la vida social, a proyectos comunes que nos liberen  del capitalismo, creando una economía cada vez más local, solidaria y que respete los límites de la naturaleza, por el camino de la economía de los bienes comunes, el reparto de los trabajos productivos y reproductivos, y una renta básica de transición, cediendo el protagonismo a las monedas sociales. Son amplísimos los caminos del decrecimiento y el buen vivir que nos conducen por las vías de la autogestión: los grupos de consumo, las ecoaldeas, las cooperativas integrales, de crédito, y de usufructo de viviendas, la ocupación y autogestión de centros de trabajo en quiebra por parte de las trabajadoras, y cualquier espacio que emerja de las necesidades reales de la sociedad y de la naturaleza. Asimismo implica luchar contra la obsolescencia programada y contra la colonización de la publicidad en nuestras vidas, fomentar el acercamiento entre productores y consumidores, “ruralizar” la sociedad repensando el modelo urbanístico de las ciudades y sus cinturones industriales, luchar contra gentrificación, sustituir espacios destinados a vehículos privados por espacios para el esparcimiento, para huertos urbanos y para transportes colectivos, alcanzar la soberanía energética y alimentaria, y tantas cosas que se pueden hacer para crear una economía diferente, decrecentista, anticapitalista y del buen vivir, abogando por la abolición del patriarcado y de cualquier forma de discriminación por cuestiones de sexo, etnia, creencia o pensamiento.
El buen vivir es aquel que procura unos estándares de vida suficientes a cambio de destinar más tiempo a satisfacer las necesidades no materiales: la familia, las amistades, el aprendizaje, proyectos artísticos o intelectuales, autoproducción, compromisos sociales, participación política, relajación, exploración espiritual, búsqueda de placeres y otras actividades que se relacionan poco o nada con el dinero.
No debemos olvidar lo más importante, la labor que individualmente debemos hacer para construir un sujeto con otros valores distintos, en los que primen el altruismo, frente al egoísmo; la cooperación, frente a la competición; la vida social, frente al consumismo; el actuar localmente y pensar globalmente, frente a la globalización capitalista; la calidad, frente a la cantidad y la productividad; la solidaridad y la responsabilidad, frente al individualismo; el amor, frente al odio...
Cambiemos el ruido y la materia, por el amor y la poesía.
Sólo la utopía puede evitar la distopía.
______

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.