En un mundo mejor no habría razón para escribir esto. En ese mundo, las bolsas de plástico estarían prohibidas, los paletos dejarían de conducir sus ostentosos Ford F-350s de manera voluntaria y los pijos enrollados de las urbanizaciones molonas dejarían de creer que sus coches híbridos pueden salvar el mundo. Pero ese no es nuestro mundo.
En este mundo, cuando las cosas se ponen feas, muchos de nosotros estamos demasiado cómodos para preocuparnos, demasiado educados para hablar. Con tanto en juego necesitamos redescubrir algo que perdimos durante el camino: nuestra rabia.
He estado dando vueltas al tema durante un tiempo y todo lo que puedo decir es que las cosas han ido a peor: deforestación, extinción de especies, sobrepesca, glaciares que se derriten, niveles de CO2 por las nubes y mucho más. Ganamos unas cuantas batallas simbólicas aquí y allá, pero la foto fija general es de derrota abrumadora. Y esta es la razón por la que éste no es tu “mejor mundo posible de paz y amor en el que estamos en esto juntos, sé el cambio que quieres ver...”, un círculo vicioso que se ha convertido en el precio a pagar por una generación entera de activistas profesionales.
Soy un chico de la “generación concienciada”, aquellos que nacimos aprendiendo a reducir, reutilizar y reciclar. Recuerdo lo primero que aprendí sobre calentamiento global en el instituto, allá por los años 90. En aquellos tiempos se le llamaba efecto invernadero. Mucho de mi temprano conocimiento medioambiental vino por los vídeos que ponían en clase sobre lluvia ácida, la tala y quema del Amazonas y el agujero de la capa de ozono. También teníamos el eslogan “piensa global, actúa local” empotrado en la pared del aula durante toda la asignatura de Estudios Sociales 11. A aquellos de nosotros a los que nos importaba todo aquello mínimamente creíamos en aquel mantra religiosamente, aunque todo cuanto nos rodeaba -los suministros del instituto, las ropas que vestíamos, la comida que comíamos- venía de más allá del océano.
Al mismo tiempo en que aprendíamos a ser más conscientes sobre nuestras elecciones en el mercado, el bazar global se abría a los regímenes comerciales de la Organización Internacional de Comercio, Tratado de Libre Comercio de América del Norte y Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, eliminando cualquier posibilidad que tuviésemos de hacer realidad nuestras elecciones ambientales. Antes de que fuésemos lo suficientemente adultos para saber algo sobre la “huella de carbono”, esta ya era en nuestro caso diez veces la de un chaval en el mundo en desarrollo. Mientras tanto nuestros libros de historia estaban llenos de inspiradoras citas de Ghandi, Martin Luther King y Mandela, todas trayéndonos el mensaje de que el cambio, incluso revolucionario, sería sentimental, bonito, fácil, positivo. La primera vez que la policía amenazó con arrestarnos en una protesta medioambiental, nos cagamos en los pantalones. Resultó que la positividad tenía sus límites. Y eso fue exactamente lo que obtuvimos con esa mierda.
No hay nada peor que la promiscuidad interorganizacional, especialmente entre defensores del medioambiente y ONGs. Somos como un grupo de niños maltratados volcando nuestras frustraciones los unos en los otros en lugar de unirnos y dirigir nuestra atención a otros lugares. Pero como no tenemos la iniciativa colectiva para enfrentarnos al maltratador, peleamos entre nosotros, esta es la única forma de liberar la rabia impotente que todos sentimos. Aún así, tengo algo que decir: cada vez que veo a uno de mis héroes medioambientales subirse al carro de las corporaciones para decir alguna gilipollez sobre que no hay bandos en la lucha contra el cambio climático, o como el pesimismo es un ataque a la imaginación, se me rompe el corazón. Recientemente, el autor de best-sellers medioambientales, conferenciante TED, antropólogo y explorador interno del National Geographic Wade Davis recorrió ese camino. En una entrevista con un periódico de Vancouver se hizo eco con orgullo de sus días como consultor de una empresa energética diciendo: “En todos estos conflictos por los recursos, no hay enemigos, sólo soluciones”. Esta clase de discurso empalagoso frente a un problema violento es nuestro mayor problema.
Así que si vamos a ponernos serios ante este horizonte disruptor y crecientemente apocalíptico, tenemos que enfrentar la imagen de sentimiento de bienestar que inunda a mi generación. Tenemos que decir ¡que se jodan! las charlas TED, con su sincero, pero vacío optimismo. ¡Que se jodan! los gurús de la positividad reivindicando que el mundo no se muere, que sólo cambia. Y ¡que se jodan! los ecologistas voluntariosos de jugar limpio con las grandes empresas del petróleo y la electricidad, diciendo cosas como: “no vas a poder parar la explotación de arenas bituminosas*. Es ingénuo pensar que puedes”, como dijo Davis no hace mucho. Este tipo de pensamiento se parece mucho al de esas almas temerosas que pensaron que el apartheid estaba demasiado arraigado para derrotarlo, que las grandes tabaqueras eran demasiado ricas para asumir responsabilidades, que los recortes de derechos sociales estaban demasiado establecidos para frenarlos, que no hay nada que ni tú ni yo ni nadie pueda hacer para enfrentarse a una industria multimillonaria. La verdad es que nada en este mundo es inevitable.
Podemos posponer todo en nuestra vida. Siempre hay algo más de tiempo. Pero de verdad... ¿VAMOS A SENTARNOS A ESPERAR?
El año pasado vi con asombro como un grupo radical de estudiosos de las Primeras Naciones de Canadá** puso en pié en Vancouver a la audiencia de una conferencia académica llamada Global Power Shift. En lugar de contestar con los estándares con los que lo hace la academia cuando se enfrenta a una cuestión social -“esto es problemático”- tuvieron el valor de tomar partido. Uno en particular, el Dr. Glen Coulthard de los Yellowknives Dene***, distribuyó un artículo diciendo que los compañeros en primera línea de batalla por el clima y el medioambiente en Canadá, estaban ya cansados de que se les dijera que no debían mostrar ira; dado el actual proceso de colonización, robo y explotación, la ira no es la respuesta natural, sino la única respuesta moral.
Lo que insinuaba era un resurgimiento de la ira. Ira Profunda. El tipo de ira que vuelca mesas, defiende al débil del fuerte, prefiere morir a vivir de rodillas. Muchos de los ecologistas más relevantes no están a gusto con esta clase de lenguaje. Implica que tenemos algo que hacer más allá de firmar una petición. Significa que no puedes contar las minúsculas concesiones de las corporaciones como victorias. Significa que debes desatarte un poco.
En nuestra cultura, la ira es signo de mala educación, brutalidad, violencia e indulgencia. Es políticamente incorrecta. Impresiona a la gente. Estamos asustados por la ira como lo estamos por la pasión obsesiva o el erotismo manifiesto. La ira es oscura y sucia, pero la Ira Profunda es una forma de empatía, cuidado, incluso amor. Los psicólogos explican que la ira es una respuesta natural y apropiada ante situaciones de violación de nuestros límites. No tener nada que decir en cuanto a si el ecocidio va a suceder o no -y que te pidan participar en debates calmados y hermosos sobre si hay que expandir las arenas bituminosas o no- es una violación de nuestros límites. Todavía de algún modo, se espera de nosotros que sonriamos y mantengamos nuestra imaginación abierta como si la positividad fuera la meta del movimiento.
La gran ironía es esta, a pesar de la llamada de nuestra civilización a la razón, hay una profunda irracionalidad, un punto ciego fatal que borra de la mente las emociones y la cordura. Negamos tan profundamente lo que ocurre en nuestro planeta que nos arriesgamos a nuestra propia extinción.
A menos que la humanidad rompa con esa negación, a menos que empecemos a cabrearnos -jodidamente cabreados- no podremos aceptar el reto que se nos presenta. No seremos capaces de levantarnos y encarar nuestra realidad planetaria... no seremos capaces de luchar... y no seremos capaces de ganar.
Darren Fleet y Stefanie Krasnow
*Arenas mezcladas con hidrocarburos que precisan de un proceso altamente contaminante y que utiliza gran cantidad de recursos para aislarlos. Suponen gran parte de las reservas de petróleo de Canadá.
**Denominación moderna de los pueblos indígenas de Canadá a excepción de los Inuit y los Métis.
***Una de las Primeras Naciones de Canadá.
Publicado originalmente en inglés en Adbusters
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