22 oct 2014

La cruda realidad de un migrante que llega a Melilla

Mohammed, 19 años, nacido en Nigeria. Negro.

En su chabola de 20 metros vivía con sus dos abuelos, sus padres y nueve hermanos. Otros cuatro murieron antes de cumplir los dos años. Miseria, persecución política, analfabetismo... hambre. Entre su familia y otros sesenta vecinos de su aldea chabolista, reunieron 300 dólares durante dos años para que emprendiera un viaje hacia el paraíso europeo. Aquí encontraría un trabajo seguro, unas condiciones laborales, de vida, que sólo podía imaginar en los cientos de sueños que, durante cientos de noches, había podido imaginar. Con el dinero conseguido, gracias a su fuerza de trabajo, su entusiasmo, sus sueños y su ilusión, podría vivir dignamente, y enviar parte de su salario a la aldea, y mejorar las condiciones de vida de su gente.

Mohammed partió, rumbo Norte, con los 300 dólares, unos pantalones, una camiseta, unas sandalias y una camiseta del Real Madrid. En los tres años que duró su viaje sufrió un auténtico calvario. A las dos semanas, una de las muchas mafias que acabó encontrando en su camino, le había robado todo su poco dinero. Y la camiseta del Real Madrid.

En el trayecto, largo, durísimo, fue objeto de palizas, humillaciones, dos violaciones, engaños... Pasó temperaturas extremas de 50 grados, el frío gélido de las noches del desierto, sed, desnutrición, diarreas a causa de las aguas contaminadas. Perdió catorce kilos y llegó, a base de su fuerza de voluntad, empujado por la extrema necesidad, por el recuerdo de su familia, de su aldea, tres años después, al monte Gurugú, donde miles de compañeros sobrevivían en un gueto bajo casetas hechas de palos y plástico. En el Gurugú, a escasos metros de España, de Europa, de su sueño, de sus ansias de una vida digna, de su amor a la libertad, pasó dos años más.

En ese tiempo, la policía del régimen criminal marroquí, incendió siete veces sus cabañas, llevaron a cabo más de sesenta redadas, se llevaron todo lo nada que tenían: cacharros rudimentarios, muy tóxicos, que habían improvisado para comer, todos los alimentos que tenían "almacenados", sus ropas, sus fotos, sus recuerdos, sus sueños. Sus esperanzas.


Fue víctima de nuevo, junto con todos los demás, de vejaciones, persecución, apaleamientos y humillaciones. Intentó el salto de la valla en cuatro ocasiones. Fracasó en todas. A cada intento seguían varios meses de recuperación. Sortear a la policía marroquí, trepar la valla, con sus alambres de pincho, sus concertinas-cuchillas de "disuasión" -que no disuaden a la desesperación, al dolor de sus cortes profundos en la piel, que no disuaden el hambre- soportar y aguantar los palos, los porrazos, las patadas, los escupitajos de las policías fronterizas, española y marroquí, los huesos rotos tras las caídas de la valla provocadas por los agarrones del Cuerpo Nacional de Policía, por los palos, los porrazos, las patadas. Después, las deportaciones "en caliente" -ilegales, ilegítimas, inhumanas- que, a sabiendas, son entregados por los agentes españoles a las fuerzas marroquíes para ser sometidos a una nueva orgía, sádica y brutal, de palos, de porrazos, de patadas. A una nueva paliza. Y van mil. Y vuelta al Gurugú. A la choza, a las palizas. Al hambre.
 
Por fin, al quinto intento, en el mes de enero, Mohammed, junto con 15 compañeros, consigue cruzar a España. A Europa. Ha perdido una mano, inútil para siempre, a causa de los nuevos cortes sufridos al tener que agarrarse a las concertinas-cuchillas "disuasorias" -que no disuaden los sueños ni la extrema necesidad- y, casi con toda seguridad, la visión de un ojo, tras recibir una pedrada de la Policía Nacional. Malherido, pero incrédulo, en una nube, feliz, alcanza el CETI -Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes-, donde es recibido con abrazos, con bailes y cánticos, con amor y solidaridad, por parte de los compañeros que llegaron, malheridos también, antes que él.

Puede comer, puede dormir, y soñar -ya está aquí, lo consiguió, cinco años después, su aldea, su familia, recibirán la noticia con cánticos, bailes. Con esperanza y alborozo-.

Dos meses después será trasladado a Madrid... al CIE de Carabanchel. A la nueva cárcel de Carabanchel. Donde ya no se maltrata, ya no se tortura a los presos políticos del franquismo. Está en la nueva cárcel de Carabanchel, construída, como tantas otras, para encerrar a los nuevos presos políticos, a los presos sociales de la Democracia, a los trabajadores migrantes, a lo más bajo de de las clases sociales más bajas. A los negros, a los extranjeros, a los pobres.

Dos meses más tarde, tras estar encerrado, preso sin delito, preso "administrativo", -pues en este país los seres humanos sobrantes, molestos, incómodos, son tratados como cosas de las que nos tenemos que deshacer-, tras sesenta días escondidos, apartados por el sistema, vigilados por Policías Nacionales como si de los peores delincuentes se tratara, sometidos a golpes, castigos, venganzas personales, mal alimentados y privados de cualquier visita más allá de los locutorios de cristal, Mohammed es esposado, sin previo aviso, con nocturnidad y alevosía, con la más abyecta de las cobardías, a las cinco de la mañana, introducido en una lechera, llevado a Barajas, introducido en un avión, a base de más golpes y amenazas, llevado de vuelta a Marruecos.

Allí, de nuevo, cómo no, tras más golpes, más burlas, más humillación a cargo de los gendarmes marroquíes, es introducido a la fuerza en un autobús, conducido cientos de kilómetros, al sur de Marruecos, y soltado a su suerte en medio del desierto.

Sin calzado, que perdió en el forcejeo de la detención, sin agua, sin alimentos. Y vuelta a empezar. A sufrir. Y dos, o tres, o cuatro años más. Y volverlo a intentar. El paraíso democrático europeo no fue tal. Nunca lo fue. Ni lo será.

Aquí, las "autoridades" desconocen la empatía, la solidaridad, la humanidad. Aquí, la Democracia es otra cosa. Es explotación, es violencia, es desprecio a la vida, es racismo, xenofobia. Aquí la Democracia es la cárcel, los malos tratos, la tortura. Aquí la Democracia es el Banco de Santander.

EN EL AÑO 2013, 10.000 TRABAJADORES MIGRANTES PASARON POR LAS CÁRCELES QUE EL SITEMA TIENE PREPARADAS PARA ELLOS. LOS LLAMAN CIEs. SON UNA DE LAS VERGÜENZAS, UNA MÁS, DE LAS MUCHAS QUE NOS CONVIERTEN EN PSICÓPATAS INCAPACES DE SENTIR EL DOLOR DE LOS DEMÁS.
 
NO A LOS CIEs. ¡¡¡BASTA YA!!!

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